El Diccionario de los Vientos

«Principio del tiempo: Según la creencia de algunos pueblos, el momento a partir del cual los hombres empiezan a percibir el tiempo –leemos en este Diccionario–, ya sea justo cuando aparecieron en el mundo, ya sea tras haber sido expulsados de Vertograd y haberse visto entonces privados de percibir el mundo de manera simultánea…»

En 1999, coincidiendo con el 250 aniversario del nacimiento de Goethe, la revista Lettre International convocó junto a la cuidad de Weimar (ese año, Capital Europea de la Cultura) y la red de Institutos Goethe de los cinco continentes un Concurso Internacional de Ensayo; una competición filosófica, heredera de los certámenes universitarios de los siglos XVIII y XIX, que invitaba a reflexionar a intelectuales de todo el mundo sobre un determinado tema.

Consultados los principales colaboradores de la revista, éste fue «¿Liberar el futuro del pasado? ¿Liberar el pasado del futuro?». Cerca de 2.000 ensayos de pensadores de más de un centenar de países fueron seleccionados en primera instancia, de los cuales, tras una nueva criba, cuarenta llegaron a la fase final. Ahí había trabajos de prestigiosos filósofos, catedráticos universitarios, ensayistas con notables obras en su haber… y el premio fue, sorprendentemente, para una estudiante moscovita de 20 años, Ivetta Guerasimchuck, con un ensayo poético en forma de diccionario (de términos algunos reales y otros imaginarios) en el que se explican con un lenguaje tan sencillo como depurado los enfrentamientos entre el pasado y el futuro en distintas épocas, culturas y concepciones filosóficas.

No faltan ni el humor ni la ironía ni la duda ni una admirable capacidad de relación entre sus notables conocimientos (y fantasías) de historia, filosofía y lingüística.

«La veracidad de todo lo que contiene el ‘Diccionario de los Vientos’, como en el caso de cualquier otro libro, depende del grado de certeza que le otorgue el lector», escribe en él, y añade, trasladándonoslo a otra dimensión: «No está claro dónde, cuándo y en qué lengua apareció por primera vez este libro, ni siquiera una parte de sus artículos […]. Se ignora si la composición de los artículos es permanente, aunque sin duda el número de artículos se halla en algún punto entre el cero y el infinito. El hecho de que algunos de los artículos del D. de los V. estén indudablemente fechados hacia finales del siglo XX no significa nada: los pudo haber escrito algún predictor afortunado…».

Y en la breve introducción al diccionario propiamente dicho:

«…el tiempo es para nosotros aquello que separa el planteamiento de un problema y la obtención de la respuesta. La diferencia entre el pasado, el presente y el futuro consiste, a fin de cuentas, en la cantidad de lo que hemos conocido, en el número de respuestas descubiertas… Son las respuestas que Dios no ha de buscar, pues Él lo sabe todo […]. Dios no necesita el tiempo. Los acontecimientos que nosotros percibimos en un intervalo de varios siglos o milenios son para Él uno, como uno es todo este mundo, Su creación.

Esta precisa unidad del tiempo ya la percibieron de modo intuitivo las civilizaciones antiguas, los hindúes, los evencos, etc., que se imaginaban el tiempo como un hombre o como un animal, y cada intervalo temporal como la correspondiente parte del cuerpo. En la Antigüedad sabían que no se podía separar un día de otro, ni un año de otro. Es imposible liberar el pasado del futuro ni el futuro del pasado, como no se puede liberar la mano derecha de la izquierda, ni la izquierda de la derecha […]. Dividir el tiempo significa destruirlo, como demostró Zenón de Elea en su constante búsqueda de respuestas a las preguntas indescifradas.

[…] En toda sociedad humana siempre ha habido personas dispuestas a dedicarse a esta vivisección del tiempo. Gracias a Dios, nunca se han salido con la suya.

Unos, armados con el ejemplo de los lotófagos de Homero [que describió -apunto- en la Odisea una hospitalaria tribu en África que se alimentaba del «loto dulce como la miel» y la planta proporcionaba el olvido], aspiran a «liberar» el futuro del pasado. El ‘Diccionario de los Vientos’ los denomina «anemófilos«. Éstos creen firmemente que el tiempo es infinito, y no les interesa cuánto tiempo ha transcurrido ya, pues lo infinito no tiene límites ni tienen fin los cambios del mundo que se producen en él. Los «anemófilos» celebran todo cambio y prefieren el viento a su ausencia, incluso si se trata de la más poderosa de las tormentas.

Otros valoran el tiempo por encima de cualquier cosa, pues consideran que es un don de Dios y sería insensato, un grandísimo pecado, consumirlo. El ‘Diccionario de los Vientos’ los denomina «cronistas«. Los «cronistas» no están seguros del futuro, como tampoco están convencidos de que el tiempo sea infinito. En cambio, están seguros del pasado, y por esto hacen lo posible por «liberar» el pasado del futuro, que lleva en sus entrañas junto con los cambios que tanto aborrecen, lo desconocido.

Los «anemófilos» y los «cronistas» viven juntos, tanto en el mundo real como en el mundo del ‘Diccionario de los Vientos’, habitan en cada uno de nosotros. Son seres que aman, padecen, se dedican a búsquedas científicas o de otro orden, mantienen entre sí inacabables disputas en las que no hay ni vencedores ni vencidos; buscan respuestas a las mismas preguntas, unos interrogantes planteados ya hace mucho, y sienten de manera intuitiva que estas respuestas existen. Y tarde o temprano las encuentran. Pero a menudo aquello que descubren no les satisface. Y vuelven a dudar de ellas y comienzan a buscar de nuevo».

[I. Guerasimchuck, «Diccionario de los vientos», en Diccionario de los vientos. Los diez ensayos premiados en el Concurso Internacional de Ensayo convocado por la revista Lettre International, (ed. orig. Berlín, 1999), Barcelona, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2001, pp. 14-60]
[ilustraciones: Horologion, en el ágora romana de Atenas, conocido como ‘Torre de los vientos’, s. I a.C / Clepsidra hallada en Karnak, reinado de Amenothep III, s. XIV a.C.]

4 comentarios
  1. genial amigo y anemófilo alfredo, mil gracias…y quedo atento al siguiente. me tienes ya entre los conVocados por tus encuentros….saludos.

    • Qué alegría me das, querido Llorenç. Más de treinta y cinco años hace, pienso ahora, que empezamos a hablarnos y escucharnos en tertulias, paseos y otros encuentros (lo mío entonces era más escuchar/te)… y aquí volvemos a encontrarnos, y seguimos.

    • Es un ensayo el de Ivetta Guerasimchuck no sólo inteligente sino, además, precioso e inesperado; los datos reales, la fantasía, las deducciones a veces fruto de la suma de un hecho real y otro imaginado… cautivan y enseñan. Gracias por tus visitas, querida Mercedes.

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