Mirabilia Romae
«Muchas veces se ha señalado que el Renacimiento supuso no sólo el descubrimiento del hombre como individuo sino, también, la renovación del interés por la Antigüedad como época que colmaba las aspiraciones culturales de los siglos XV y XVI.
Distintas ciudades y regiones de Europa conservaban todavía gran cantidad de edificios y ruinas de la época romana y, en especial, la misma ciudad de Roma poseía una espléndida colección de ruinas que, aunque mermadas por el paso de los siglos, todavía eran capaces de sugerir importantes reflexiones a los hombres del Renacimiento. No es de extrañar, pues, que el interés por los restos arqueológicos fuera muy grande y Roma se convirtiera en meta favorita de artistas, peregrinos y viajeros…»
La cita es de un artículo que Fernando Checa y yo escribimos en 1981 para la entonces casi recién nacida Revista de Arqueología por sugerencia de mi mujer, Inmaculada Rus, prehistoriadora y conocedora de la publicación. Nuestro mundo de estudios era el Renacimiento y el de la revista estaba claro y bien explícito, pero Checa, amigo y compañero aventajado, supo dar con un buen punto de encuentro: el interés por la Antigüedad y florecimiento de la arqueología en los siglos XV y XVI, con Roma como protagonista.
El interés por Roma era entonces sobre todo cultural y pronto se convirtió en verdadera erudición arqueológica. La literatura de la época es buen testimonio de esto y el mejor ejemplo fue la recopilación de restos epigráficos, que han llegado hasta hoy gracias sobre todo a su transcripción en libros dedicados a ello.
Pero esta atención creciente hacia los restos arqueológicos de la antigua Roma fue también artística, y no sólo los edificios aislados sino también la ciudad como realidad urbana fue fundamental para tratadistas como Alberti [Descriptio urbis Romae, ms.1434, De re aedificatoria, 1452], Serlio [I sette libri dell’architettura, 1537…] o Palladio [I quattro libri dell’architettura, 1570, L’Antichità di Roma, 1575…]. Por otra parte, ya desde Brunelleschi, Donatello o Ghiberti el viaje a Roma se había convertido en hito imprescindible para muchos artistas, lo que produjo una verdadera pasión por la arqueología, y los dibujos científicos de sus ruinas y monumentos se extendieron por doquier…
«Con todo –escribíamos Checa y yo más adelante–, lo que explica este interés científico por una preciosa descripción de los edificios de Roma fue a importancia que la cultura del Renacimiento otorgó al Mundo Clásico como ejemplo de forma de vida y modelo ético. Andrea Fulvio, que firmaba sus escritos como «Antiquarium Romanum», no sólo se lamentaba de los devastadores efectos del incendio de Nerón o de la decadencia romana en la época de los bárbaros y su destrucción en la Edad Media, sino que en su ‘laudatio’ a la ciudad se pregunta, de forma retórica, sobre si alguien es capaz de ignorar la majestad de la urbe…»
La nueva valoración de la Antigüedad, esa reconsideración del propio objeto arqueológico, se tradujo, entre otras manifestaciones, en la protección de las antigüedades, que había comenzado ya a hacerse patente con disposiciones legales desde el siglo XIV, aunque todavía sin el carácter sistemático que alcanzarán ahora, en el Renacimiento. Se levantan planos de la antigua Roma, se elaboran inventarios de sus edificios y restos, se reflexiona sobre la adecuada conservación o restauración de los más importantes y, como complemento y consecuencia de ello, se desarrollará una nueva actividad artística, la de los dibujos y grabados de las estatuas, monedas o arquitecturas, caracterizada por la precisión y objetividad.
«Si en un principio –leemos también– los nuevos ideales habían llevado al estudio de la Antigüedad clásica y a la investigación de sus ruinas con la intención de hallar unos modelos, tanto estructurales como ornamentales, que poder aplicar a las artes plásticas y la arquitectura, así como unas ‘normas de comportamiento’ para ciertas élites, el cúmulo de objetos y de información sobre el pasado fue lo suficientemente grande como para propiciar una ‘moda de lo antiguo’ a principios del siglo XVI.
Aunque existen algunos ejemplos anteriores de importancia, va a ser ahora cuando se generalicen las colecciones de antigüedades, con lo que multitud de medallas y numerosos restos de relieves y esculturas invadieron los jardines y las estancias de las principales villas y palacios. Surgió así una demanda tan difícil de satisfacer que, con frecuencia, se hubo de recurrir a copias y falsificaciones…»
Pero junto a esta creciente valoración de los objetos arqueológicos y, con ellos, de la arqueología misma como disciplina específica, otros condicionantes van a influir a la hora de propiciar una utilización diferente y complementaria del pasado romano: el reclamo y guía para los numerosos viajeros (hoy diríamos turistas, entonces eran peregrinos) que acudían a Roma como capital de la Cristiandad…
«Promovido fundamentalmente por el Pontificado, un nuevo concepto de la devoción, mucho más emocional y activo, junto a una revitalización de la idea de Roma como capital de la Cristiandad –y, por tanto, de las peregrinaciones a ella– propició su engalanamiento, sacando a la luz cuanto de atractivo o monumental quedara de su pasado, y una auténtica proliferación de guías para los visitantes.
La mayor parte de estas guías estaban divididas en jornadas; aunque surgían con una finalidad en parte docente, para evitar que los numerosos visitantes «deseosos de ver lo que en ella hay», se marchasen de Roma «los más de ellos (…) sin entender y sin saber la tercia parte, y algunos si ver casi nada», recuperaban la tradición de las Mirabilia Romae medievales, adjuntando también la significación de determinadas imágenes y narraciones de milagros, así como las Estaciones, Gracias e Indulgencias de cada iglesia…»
Las iglesias renovarán sus fachadas y adornarán sus interiores, los monumentos paganos serán en cierto modo ‘sacralizados’ para enriquecer y enriquecerse con los peregrinos, los obeliscos servirán como elementos de identificación de puntos importantes… Roma, así, de la mano de sus ‘maravillas’ recuperó su papel de metrópoli y destino.
[A. Aracil y F. Checa Cremades: «Mirabilia Romae. Una arqueología renacentista», Revista de Arqueología, nº 5 (marzo 1981. Madrid), pp. 38-44] [pdf artículo completo]
[imágenes: el Foro de Trajano, grabado de G.B. Cavalieri, 1569, sobre dibujo de G.A. Dosio; Le cose maravigliose dell’alma città di Roma, 1587; el Campidoglio, grabado de E. Du Pérac, 1573]