Magia y majestad en Shakespeare

¿Hay mayor prueba de poder que desprenderse voluntariamente de él? Eso hace ante nuestros ojos Prospero, el legítimo duque de Milán al principio del último acto de La Tempestad, la obra final de William Shakespeare. Prospero había sido hecho desaparecer por su hermano, usurpador del ducado, doce años antes, pero ha logrado sobrevivir con su hija Miranda en una pequeña isla que gobierna gracias a sus poderes mágicos; con ellos también ha desencadenado una enorme tempestad que hace naufragar allí cerca la flota del rey de Nápoles.

Con esa tempestad comienza la acción dramática. Los sonidos, la música, la magia, lo inesperado, lo impregnan todo. Al final, Prospero es reconocido y volvera a su tierra con todos los honores… pero eso ocurrirá cuando haya acabado la representación. Antes, en un monólogo lleno de emoción y majestad renuncia a sus poderes sobrenaturales…

«… I have bedimmed
the noontide sun, called forth the mutinous winds,
and ‘twixt the green sea and the azured vault
set roaring war; to the dread rattling thunder
have I given fire, and rifted Jove’s stout oak
with his own bolt; the strong-based promontory
have I made shake, and by de spurs plucked up
the pine and cedar; graves at my command
have waked their sleepers, oped, and let ‘em forth
by my so potent art, but this rough magic
I here abjure, and when I have required
some heavenly music, which even now I do,
to work mine end upon their senses that
this airy charm is for, I’ll break my staff,
bury it certain fathoms in the earth,
and deeper than did ever plummet sound
I’ll drown my book…»

[traduzco: «…he oscurecido
el sol de mediodía, convocado a los vientos turbulentos
y entre el mar verde y la azulada bóveda
provocado una estruendosa guerra; al espantoso y restallante trueno
he prendido fuego y hendido el robusto roble de Júpiter
con su propia centella; el firme promontorio
he hecho estremecer, y por sus garras aranqué de cuajo
pinos y cedros; las tumbas, cuando lo he mandado,
han despertado a quienes en ellas dormían, y se han abierto para dejarlos salir
al conjuro de mis poderosas artes. Pero a esta brutal magia
aquí renuncio, y cuando haya pedido
una música celestial, lo cual hago ahora,
que necesito para terminar (mi control) sobre los sentidos de aquéllos a los que
este aéreo hechizo está destinado, romperé mi vara,
la sepultaré varias brazas bajo tierra,
y más hondo (en el mar) de lo que nunca haya llegado una sonda
arrojaré mi libro…
«]

Mi primera colaboración con el dramaturgo José Sanchis Sinisterra, Próspero: Scena, entre melólogo y ópera de cámara, era una fantasía sobre La Tempestad a partir de un texto suyo sin acotaciones, Mísero Próspero, escrito años antes. A las bellísimas palabras de Sanchis Sinisterra, en boca de un actor, yo añadí a lo largo de toda la pieza versos del original de Shakespeare, cantados por un trío con soprano, contratenor y tenor. Estos de la renuncia acompañaban las frases finales de nuestro Próspero. «Nada otra vez. Nada siempre…», decía en este último recitado, y poco después: «Todo se desvanece en el aire… después de ser creado y gozado y sufrido…».

Nuestro Próspero también vió su primera luz en Londres, fue en 1994, pero, melancólico, sin ánimo ni esperanza, terminaba hablando sólo a sí mismo y de sí mismo: «Mísero Próspero… mísero… mísero… mísero…». El original de Shakespeare (el suyo sin tilde en la o) remata la obra, sin embargo, coqueteando con el público, esperanzado, ingenioso, con un último monólogo a modo de epílogo que muchos consideran de los mejores del autor y, en cierto modo, su propia despedida de todos nosotros:

«Now my charms are all o’erthrown,
and what strength I have’s mine own,
which is most faint: now, ‘tis true
I must be here confined by you,
or sent to Naples. Let me not,
since I have my dukedom got
and pardoned the deceiver, dwell
in this bare island by your spell;
but release me from my bands
with the help of your good hands.
Gentle breath of yours my sails
must fill, or else my project fails,
which was to please. Now I want
spirits to enforce, art to enchant;
and my ending is despair,
unless I be relieved by prayer,
which pierces so that it assaults
mercy itself and frees all faults.
As you from crimes would pardoned be,
let your indulgence set me free»

Ahora de mis encantamientos no queda nada,
cuento tan sólo con mi propia fuerza,
que es muy débil. Ahora, es verdad,
podeís dejarme aquí confinado
o enviarme a Nápoles. No me hagáis,
después de que he recuperado mi ducado
y perdonado al traidor, morar
en esta baldía isla por encantamiento vuestro;
libradme de mis ataduras
con vuestras buenas manos (vuestro aplauso).
Vuestro bondadoso aliento mis velas
ha de hinchar, o habré fracasado
en mi intención de agradaros. Ahora quiero
espíritus para hacerlo cumplir, artes para encantar;
mi final es desesperación
a menos que lo cambie una oración
que conmueva, que fuerce
a la piedad misma y absuelva todas las culpas.
Así como se perdonarían vuestras faltas
dejad que vuestra indulgencia me haga libre
«]

[W. Shakespeare, The Tempest (orig. 1611). 1ª ed. en Mr. William Shakespeares Comedies, Histories, & Tragedies. Londres, Jaggard & Blount, 1623]

[Ilustración: A. Aracil, Próspero: Scena (1994), partitura. Valencia, Ed. Piles, 2009, pp. 51-52]

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