Los claros del bosque para María Zambrano
Una exposición de Alberto Corazón (amigo con quien coincido en tantas cosas) en 2005, en La Granja de San Ildefonso, se titulaba El claro del bosque y, si no recuerdo mal, estaba acompañada en una de las paredes por la frase de María Zambrano «El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar»…
Hay veces en que uno dedica párrafos a explicar lo que unos cuadros, una escultura, una composición musical, es o quiere ser o busca expresar, y un poeta sabio (porque en Zambrano poesía y filosofía caminan juntas) te lo brinda en una sola frase. Yo acababa de componer una pieza vocal, Kerzenlicht, en la que había filtrado (con los necesarios permisos, claro) el libreto de Erwartung, de Marie Pappeheim para Schoenberg, hasta obtener trece frases sueltas que, de todo aquel soberbio maremagnum de sentimientos y emociones, sólo reflejaban soledad, desorientación, ambigüedad… Había yo descrito mi obra, para el programa del estreno, en Berlín, como «un texto poético donde apenas nada parece tener explicación, en un entorno musical en el que nada parece conducir a alguna parte», pero pensé que esa frase de Zambrano, con la que inicia su ensayo Claros del bosque, era si no tan concreta sí más elocuente y, como para la muestra de Alberto Corazón, una estupenda compañera para esa partitura, como lo podría ser en buena parte de mi música más reciente.
«El claro del bosque es un centro en el que no siempre es posible entrar», y añadía la escritora: «desde la linde se le mira y el aparecer de algunas huellas de animales no ayuda a dar ese paso. Es otro reino que un alma habita y guarda. Algún pájaro avisa y llama a ir hasta donde vaya marcando su voz. Y se la obedece; luego no se encuentra nada, nada que no sea un lugar intacto que parece haberse abierto en ese solo instante y que nunca más se dará así. No hay que buscarlo. No hay que buscar. Es la lección inmediata de los claros del bosque: no hay que ir a buscarlos, ni tampoco a buscar nada de ellos. Nada determinado, prefigurado, consabido…»
Claros del bosque tiene numerosas referencias a la música; el libro además respira y hace respirar una atmósfera musical todo él. Compartiré aquí dos fragmentos más, diferentes, complementarios y también buenos compañeros. El primero, de un epígrafe titulado «El tanscurrir del tiempo. La musicalidad»:
«…Un puro transcurrir en que el tiempo se libera de esa ocupación que sufre de hechos y sucesos que sobre él pasan. Y entonces da de sí dándose a oír y no a ver, dando a oír su música anterior a toda música compuesta de la que es inspiración y fundamento. Y sólo el rumor del mar y el viento, si pasan mansamente, se le asemejan. Y más todavía ciertos modos del silencio sin expectación y sin vacío. Pues que ha de ser por la música que en el inimaginable corazón del tiempo viene a quedarse todo lo que ha pasado, todo lo que pasa sin poder acabar de pasar, lo que no tuvo sustancia alguna, mas sí un cierto ser o avidez de haberla. Todo lo que se interpuso en el fluir temporal deteniéndolo. Todo lo que no siguió el curso del tiempo con sus desiertos, donde tanto abismo se abre…»
Y este útimo, de uno un poco más adelante titulado «El concierto»:
«…Guarda la música el secreto de la justeza del sentir, las cifras del cálculo infinitesimal del padecer […]. Y por ello, los que resbalan por andar con prisas hacen de ella la plañidera, y la desgarrada aquellos que la aprovechan. Y ella les dice: «dejadme sola», sin que lo entiendan. Pues que es cosa también de que ella se haya dado sola a alguien que, sin prisa, vaya toda su vida, casi sin tocarla, rozándola apenas, desgranando su secreto según número, ése que se esconde más cuando más se revela. La noche del padecer entonces se aclara, el enjambre del sufrimiento se unifica. El sonido es uno solo. El Ángel ha arrancado las espinas y se da a sentir él mismo borrándose…»
[María Zambrano, Claros del bosque. Barcelona, Seix Barral, 1977; recientemente: Madrid, Cátedra, 2011. Foto: María Zambrano, por Carlos Miralles ]