Cernuda, la música en penumbra

Descubrí la poesía de Cernuda de la mano de Luis Martínez de Merlo, poeta, amigo cuando estudiábamos en la universidad y libretista de mi primera ópera: Francesca o El infierno de los enamorados. Fruto de mi incipiente descubrimiento, en 1976 titulé una de mis composiciones, encargo de Hans Werner Henze para su Festival de Montepulciano, Con el aire que no vuelve. Era un fragmento de unos versos suyos:

«…Todo, todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve…»

De Cernuda, además de la triste y oscura melancolía que impregna muchos de sus poemas, fui descubriendo la música que hay en ellos y la refinada cultura musical que había en él. Su último libro, Desolación de la quimera, que se abría con un poema dedicado a Mozart, incluye otro, admirable para mí, emocionante, titulado Luis de Baviera escucha Lohengrin.
Más de un centenar de versos por los que el tiempo discurre despacio, como en la música de Wagner, nos sitúan al rey en una ocasión fascinante, pero lo que nos describen es lo que suena dentro, en su cabeza…

«…Asiste a doble fiesta: una exterior, aquella
de que es testigo, otra interior allá en su mente,
donde ambas se funden (como color y forma
se funden en un cuerpo), componen una misma delicia.
Así, razón y enigma, el poder le permite
a solas escuchar las voces a su orden concertadas,
el brotar melodioso que le acuna y nutre
los sueños, mientras la escena desarrolla,
ascua litúrgica, una amada leyenda.

Ni existe el mundo ni la presencia humana
interrumpe el encanto de reinar en sueños.
Pero, mañana, chambelán, consejero, ministro,
volverán con demandas estúpidas al rey:
que gobierne por fin, les oiga y les atienda.
¿Gobernar? ¿Quién gobierna en el mundo de los sueños?
¿Cuándo llegará el día en que gobiernen los lacayos?
Se interpondrá un biombo, benéfico, entre el rey y sus ministros.
Un elfo corre libre los bosques, bebe el aire.

Ésa es la vida, y trata fielmente de vivirla:
Que le dejen vivirla…»

[y ya al final…]

«…Las sombras de sus sueños para él eran la verdad de la vida.
No fue de nadie, ni a nadie pudo llamar suyo.

Ahora el rey está ahí, en su palco, y solitario escucha,
joven y hermoso, como dios nimbado
por esa gracia pura e intocable del mancebo,
existiendo en el sueño imposible de una vida
que queda sólo en música y que es como música,
fundido con el mito al contemplarlo, forma ya de ese mito
de pureza rebelde que tierra apenas toca,
del éter huésped desterrado. La melodía le ayuda a conocerse,
a enamorarse de lo que él mismo es. Y para siempre en la música vive.»

[L. Cernuda, en Desolación de la quimera. México, Joaquín Mortiz, 1962]

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