Fragmentos (7). Ficción, percepción, fantasía…

Lo fantástico, lo imaginario, que ya formaba parte de las descripciones maravillosas de los viajeros medievales, se convertirá en tema o sujeto de manifestaciones de todo tipo, desde las sobrecogedoras visiones cosmológicas de Leonardo en algunos de sus manuscritos, hasta la larga enumeración de «maravillas del mundo» de Rabelais. Éste, en el Cuarto Libro de Gargantúa y Pantagruel, alcanza una de sus fantasías más deslumbrantes y bellas cuando Pantagruel y Panurgo oyen en el mar glacial los gritos y exclamaciones de una batalla librada un año antes, congelados en su día y sonoros ahora por efecto del deshielo… «Tomad, tomad, dijo Pantagruel, vedlas aquí que no están todavía descongeladas. Entonces nos lanzó a la cubierta  —continúa Rabelais—  puñados de palabras heladas, y parecían cuentas perladas de distintos colores (…). Al calentarlas con nuestras manos se fundían como nieve, y las oíamos realmente…».

La aceptación consciente de lo exagerado, de lo reconocidamente irreal será pronto, desde mediado el siglo XVI, moneda corriente, y veremos coincidir lo irreal y la consciencia de esta irrealidad en el mismo ámbito, en una misma persona, en una misma creación, y también, como consecuencia de la renuncia a una relación sincera con la realidad, será frecuente la creación de otras realidades, aisladas y casi independientes del mundo exterior: realidades alternativas, como las colecciones, el teatro, juegos, fiestas, autómatas, utopías, laberintos… El Jardín, paraíso en unos casos, universo en otros, fue escenario o cobijo frecuente de estas manifestaciones, pero también debemos considerarlo, en sí mismo, como una naturaleza alternativa, como un sofisticado artificio capaz no sólo de imitar la naturaleza, sino de recrearla e incluso a veces superarla. Lo mismo ocurría con las colecciones, bibliotecas y «studioli» de la época, realidad virtual en algunas ocasiones o ensayo, al menos, de comprensión de la realidad por aquellos que no lo consideraban empeño imposible.

El mundo que describe Gracián en El Criticón, a diferencia del de Comenio o el de Josef Hall, no es siempre un caos o un monstruo sino, más bien, un complejo juego de mentiras, un laberinto de apariencias en el que es dificil, pero no imposible, orientarse. «Todo cuanto hay en el mundo passa en cifra», apunta Gracián casi al final de la obra. Hay, pues, que desconfiar de la impresión primera  —«no hay mayor enemigo de la verdad que la verosimilitud», leemos también—,  pero tal vez no sea imposible llegar a entender lo que nos rodea y nos sucede, o a entreverlo, aunque sea parcialmente […]

Para los más optimistas, para quienes trataban de dar con alguna de las claves del mundo, la colección y la biblioteca fueron herramientas casi imprescindibles. Ciencia, magia, erudición y maravillas caminarán juntas en algunas de estas colecciones, uniendo lo didáctico o académico con lo raro procedente del mundo natural  —monstruos, curiosidades—  y del artificial; porque las colecciones de los siglos XVI y XVII basculaban con frecuencia entre el deseo de completar o armonizar y el de romper la norma con casos excepcionales. Son la mayoría un tercer vértice, más que un término medio, entre la «Wunderkammer» de finales de Edad Media y la Enciclopedia científica del siglo de la Ilustración. Buena parte de las colecciones del momento se nos presentan, pues, como una especie de tierra de nadie y de todo: como un lugar de encuentro entre la realidad y el símbolo, entre lo conocido y la sorpresa, entre lo concreto y lo universal, entre las artes, las ciencias y el juego.

[de A. Aracil, «Jardines y otros sueños», en La ilusión de la belleza, Madrid-Alicante, Caja de Ahorros del Mediterráneo, 2001]

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