Fragmentos (2). Laberintos…
Como fenómeno y como arquetipo, tanto o más que como objeto o estructura, hemos de entender los laberintos. En cualquier época y en cualquier continente, casi en cualquier cultura, encontramos trazos de esta figuración mental y plástica, a medio camino entre el juego, la especulación y la tragedia […]
A mediados del siglo XVII, Comenio publica una narración en verso titulada Laberinto del mundo y Paraíso del corazón [Amsterdam, 1663]: es la aventura de un hombre con dos acompañantes, alegorías de lo previsible y lo imprevisible, de viaje por el mundo, representado aquí como un complicado laberinto. Fue concebida en realidad como tratado de educación religiosa, en el que el protagonista llega hasta el castillo de la felicidad y termina al final de rodillas ante la presencia de Dios, pero hasta ese momento ha sido espectador y parte de un mundo insólito donde nada parece tener sentido. En un determinado momento de su peregrinaje, los protagonistas llegan a una encrucijada con seis direcciones diferentes… y las seis conducen a la misma enigmática y laberíntica ciudad —el castillo del conocimiento último—, donde están representadas, como en las utopías de Campanella o Bacon, todas las ciencias, artes y oficios; pero todo es aquí vano o ficticio y sus calles no conducen a ninguna parte […]
«Laberinto —escribe Díaz Rengifo en su Arte poética española; 1592, revis. 1759— es nombre griego, que significa una casa, o carcel, con tantas calles y bueltas que entrando uno en él se pierde y no acierta con la puerta (…). Llámase también laberinto —continúa— cierto género de coplas o de dicciones que se pueden leer de muchas maneras, y por qualquiera parte que uno eche, siempre halla passo para la copla (…). Unos laberintos se hacen en figura redonda, otros en quadrada, otros pintando un ave, o un arbol, o una fuente, o una cruz, o una estrella, o otras figuras de esta manera o semejanza de qualquier variedad de poesías acrósticas o pentacrósticas…». En música, quizá por su naturaleza más especulativa y abstracta, se venían empleando con asiduidad, desde la consolidación en el siglo XIV de la polifonía —el ars nova—, estructuras repetidas, espejos, retrogradaciones, acrósticos —»soggetto cavato» se llamó más tarde, en el siglo XVI, a aquellos temas o células musicales dentro de una obra, formados por las notas correspondientes a las letras de un nombre o una frase determinada— y otros procedimientos comparables a los de la literatura; incluso enigmas —los «cánones enigmáticos», por ejemplo, cuya forma de ejecutarse ha de ser deducida por el intérprete descifrando un lema o un acertijo—, laberintos, caligramas con figuras de todo tipo o estructuras y combinaciones cabalísticas de notas o intervalos con un fuerte significado simbólico.
[…] «Para hablar del laberinto con pleno conocimiento de todos los aspectos que el mismo puede adoptar —escribe hoy Santarcangelli—, el estudioso que se aventure en la materia necesitaría ser etnólogo, arqueólogo e historiador de las religiones, estar versado en los estudios de Prehistoria y también en todas las etapas de la evolución de las costumbres europeas, familiarizado con la «psicología de lo profundo» y con la psicotécnica, ser arquitecto y jardinero, y muchas cosas más; y, sobre todo, poeta».
[de A. Aracil, «Laberintos: mitos y símbolos», Saber/Leer, (Madrid, Fund. Juan March), 123, mar. 1999]
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